domingo, 14 de octubre de 2007

Edgardo Barrera en La Nación

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edgardo_barrera
14.10.07
09:02Transcribo una cosita que escribí hace un tiempo, motivado por las "hazañas" de Al-Qaeda". El término “terrorismo” alude esencialmente a un método de acción política salvaje, irracional y profundamente inmoral, cuyo primer uso moderno lo debemos probablemente a los revolucionarios franceses. Los Marat, Danton y Robespierre han tenido en el siglo XX muchos secuaces en agrupaciones clandestinas, ya sean las Brigadas Rojas, Baader-Meinhof, IRA, ETA, Tupamaros, Montoneros, etc. Pero ante la situación planteada a partir del 11 de Septiembre de 2001, no estamos ante actos terroristas solamente. Estos hechos, cuyo más reciente y monstruoso eslabón acaba de mostrársenos en el frustrado atentado contra aviones que volarían (literal y traslaticiamente hablando) entre Londres y Nueva York, nos dejan la impresión de que estamos errando la comprensión de lo que realmente está en juego. Ya no se trata de referirse solamente al terrorismo como método político. Se impone, además de eso, una reflexión más honda sobre estos ataques y el objetivo perseguido por ellos, que no es político. Lo que aquí cuenta, y Occidente haría bien en recordarlo, es una guerra religiosa unilateral que ha sido decretada en la primera mitad del siglo VII (Corán, Sura 9, aleyas 5 y 29 y Sura 47, aleya 4, y, por ejemplo, Sura 4, aleya 80: “En cualquier lugar que estéis, os alcanzaría la muerte, os alcanzaría en elevadas torres…”) pero que sólo hoy puede librarse con probabilidades cada vez más ciertas de éxito. El Islam de Al-Qaeda, que es sobre todo el Islam de la Jihad, fue mantenido a raya durante más de mil años mientras Occidente comprendió que el Dios de Abraham y el de los apóstoles es un Dios ético, para usar la bella expresión de Paul Johnson, y que la Alianza con Él implica la contraprestación de una determinada manera de pensar, de relacionarnos y de vivir. La lenta y trabajosa elaboración de esta idea es quizás el mayor logro intelectual y espiritual del cristianismo. Esto es impensable sin la amistad con la persona de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y exige un compromiso personal afectivo y racionalmente sustentable con cierto estilo de vida. Pero cuando esto ya no es una sólida y serena convicción, y sobre todo cuando no lo es para los hombres políticos, desaparece la barrera más eficaz contra la Jihad. De este modo, la guerra santa de Al-Qaeda cuenta con la complicidad de su enemigo, entrampado en las redes de su propia ideología paralizante, fundada en el rechazo de aquella amistad y de los requerimientos morales que ella acarrea. El paraíso islámico de Al-Qaeda, cuya nota esencial no es la comunión de los santos ni la amistad con Dios, sino el goce desenfrenado de una carnalidad desbordante e inagotable, en poco difiere del ideal de vida actual de Occidente. La inmoralidad de Occidente que escandaliza a los mullahs es sólo un asunto de matices y podría reducirse a cuatro puntos esenciales: la emancipación femenina, la legalización de la homosexualidad, el consumo de alcohol y el uso de drogas. Pero por lo demás, Occidente ya está islamizado por propia decisión. Los guerreros de Alá no tienen entonces ninguna razón para no dar el asalto final a la ciudadela que les ha sido esquiva durante siglos. Por eso, la preparación para este ataque no puede agotarse en el refuerzo de la seguridad en los aeropuertos y estaciones ferroviarias, en la instalación de detectores de metal en los edificios públicos y en el despliegue de portentosas tecnologías de vigilancia. Nada de eso es incorrecto, pero adolece de la terrible insuficiencia de la inmediatez. La verdadera barrera que detendrá a aquellas bestias está en la fuerza de una inteligencia enamorada del verdadero bien (Luce intellettual’ piena d’amore, decía el Dante). ¿Están nuestras leyes, nuestros sistemas educativos, y sobre todo nuestro modo de entender la vida, realmente favoreciendo ese ideal superior e innegociable? Si la respuesta es negativa, nosotros mismos seremos cómplices de lo que haya de suceder.

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