sábado, 29 de diciembre de 2007

El mundo en que vivimos

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VELEN, Alemania.- En un encuentro sobre radicalización realizado en octubre en La Haya, un ex canciller paquistaní nos dijo que le acababa de advertir a Benazir Bhutto que a su regreso a Paquistán tras ocho años de exilio podía ser recibida por un terrorista suicida con un cinturón de explosivos.

"¿Acaso duda de mi popularidad?", le preguntó ella desde Dubai, donde residía. No, le respondió él, recordándole que Paquistán había cambiado desde que ella se había marchado.

Horas después de que Bhutto regresó a su país, el 19 de octubre, no uno, sino dos terroristas suicidas con cinturones explosivos mataron a más de 135 personas, demostrándole hasta qué punto su patria había cambiado. Fue uno de los atentados más letales de la historia de Paquistán.

Justo antes de que fuera asesinada anteayer en un acto público, Bhutto reconoció que Paquistán había cambiado. Le dijo a sus partidarios en Rawalpindi: "Pongo mi vida en peligro viniendo aquí porque siento que este país está en peligro. La gente está preocupada. Sacaremos al país de esta crisis".

Paquistán, que nunca fue el más estable de los países, se está deshaciendo. Resulta difícil encontrar una combinación de desastres más espectaculares que los que parecen cernirse sobre esta nación: aparentemente, Osama ben Laden sigue oculto en alguna cueva sobre la frontera entre Afganistán y Paquistán. Militantes talibanes y de Al- Qaeda se mueven con toda libertad de un lado a otro de esa frontera y tienen partidarios en los servicios de inteligencia paquistaníes.

Paquistán está gobernado por Pervez Musharraf, un dictador que hasta hace poco era también jefe del ejército y que ha colmado las cárceles del país de jueces de la Corte Suprema y abogados porque representan una potente oposición liberal secular. Musharraf ha sido mucho más clemente con sus opositores musulmanes radicales, manteniéndolos como los monstruos a los que supuestamente se dedica a combatir en la guerra contra el terrorismo, que no deja de expandirse cada vez más.

Y si eso no bastara como cacofonía política, no olvidemos que Paquistán ha acumulado una buena reserva de armas nucleares.

Tal vez sólo un tonto podría decir que sabe quién envió a los asesinos a Rawalpindi, pero no hace falta ser un genio para apreciar la magnitud de la crisis que Bhutto reconoció y que seguramente su asesinato acelerará.

Para mí, como periodista y escritora musulmana, Paquistán es la confluencia de todos los males del mundo islámico. Sucesivos gobiernos estadounidenses han apoyado a diversos dictadores paquistaníes, y el actual ocupante de la Casa Blanca no es una excepción.

Precisamente esta semana The New York Times y el International Herald Tribune informaron que la administración Bush creía que gran parte de los 5000 millones de dólares proporcionados a a Paquistán para la lucha contra Al- Qaeda y los talibanes habían sido usados para financiar sistemas armamentistas destinados a la guerra contra la India. El asesinato de Bhutto, a quien este año el Departamento de Estado norteamericano había convencido de que intentara una alianza con Musharraf, seguramente agravará mucho la resaca navideña de Washington.

Para mí, como joven mujer musulmana, la carrera política de Benazir Bhutto era especialmente atractiva. Fue la primera mujer que accedió al cargo de primera ministra cuando fue elegida en 1988, a los 35 años.

Allí estaba Bhutto, la mujer que lideraba una república musulmana, ignorando los debates de los clérigos islámicos que pretendían decidir si las mujeres podían o no detentar poder político. Su victoria se produjo el año en que yo volví a Egipto, mi país de origen, recientemente convertida en feminista después de pasar seis difíciles años en Arabia Saudita, donde las mujeres ni siquiera pueden manejar un auto, por no hablar de gobernar un país.

Rápidamente aprendí a separar su género de su ejercicio político. Bhutto no hizo lo que hubiera podido esperarse por los derechos de la mujer en Paquistán. Tal vez haya sido injusto tener tantas expectativas puestas en ella. Pero yo creía que era su responsabilidad, como mujer que gobernaba un país donde, por ejemplo, las mujeres violadas van a la cárcel acusadas de adulterio si no pueden presentar cuatro testigos.

Esa farsa judicial fue introducida por las Ordenanzas Hudood en 1970, por obra del general Zai ul-Haq, un dictador que ejercitaba sus músculos musulmanes usando la religión en contra de las mujeres. (También fue el dictador que destituyó y luego ejecutó al padre de Bhutto).

Los dictadores

Las acusaciones de corrupción que persiguieron a Bhutto hasta su muerte son para mí un recordatorio de la frecuencia con la que los líderes del mundo musulmán son dictadores, o radicales islámicos que pueden oponerse tanto a un dictador (y que éste usa para asustar a sus aliados occidentales) o a corruptos líderes de la oposición.

No me sorprende demasiado el asesinato de Bhutto. Mi capacidad de asombro por lo que puede ocurrir en Paquistán se ha evaporado hace mucho. Desapareció del todo cuando un terrorista mató a 50 personas en diciembre en una mezquita. El ataque se produjo durante la festividad de Eid al-Adha, una de las más gozosas y amorosas del calendario musulmán. El hecho de que ese ataque pasara prácticamente inadvertido en los medios es prueba de que Paquistán se está deshaciendo.

Bhutto condenó esa atrocidad en un acto público el domingo pasado. Dijo que las escuelas religiosas estaban convirtiendo a los niños en asesinos. "Siempre tratan de detener a las fuerzas democráticas, pero no hacen ningún esfuerzo por reprimir a los extremistas, los terroristas y los fanáticos", dijo.

Que descanse en paz, y que también Paquistán encuentre la paz.

Por Mona Elathawy
Del International Herald Tribune

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