sábado, 10 de noviembre de 2007

Doris Lessing, Premio Nobel de Literatura, opina...


.... Estamos en el final de la vida familiar tal como la conocíamos. Como sabe, muchas mujeres trabajan, cuando llegan a casa están agotadas, traen a casa comida preparada, cosa que es nueva en Inglaterra; no se lee a los niños porque estamos demasiado cansados... Todo esto es nuevo.

-Usted trajo aquí a su hijo en 1949 y le enseñó este país. ¿Cómo era?

-Mi hijo tenía dos años y medio, y no creo que él recuerde gran cosa de lo que vio. Lo que yo encontré cuando llegué fue un país devastado por la guerra; no era como ahora, tan alegre y colorido. Era muy oscuro, lleno de edificios agrietados, de lugares donde habían caído bombas; había manzanas enteras totalmente derruidas, era desolador. Y era muy duro, muy duro, no había suficiente para comer, hacía frío. Todo ha cambiado mucho.

-Nunca volvió a ser así, en mi experiencia. La gente tiene tanto dinero... Vas a Leicester Square y la plaza está repleta de gente. Es medianoche, o casi de madrugada, y sigue habiendo jóvenes que quieren divertirse. Esto es nuevo en este país. No creo que dure... Hmmmm, veremos. Reconozco que hay bolsas de pobreza, pero en general la gente tiene dinero, está cómoda y no tiene miedo. Y eso solía pasar, la gente tenía miedo: a perder el empleo, a caer enfermo... Este tipo de sociedad tan confiada en la que vivimos ahora debe de ser única en la historia. ¿Cuándo ha pasado esto antes?

-La relación con Zimbabwe es especial. Allí crecí, me hice, sé mucho sobre el país. Es distinto que con Afganistán. Creo que fue un error de los soviéticos invadirlo. Pienso que Irán es un desastre, y con respecto a Medio Oriente, espero que todos estén muy asustados, porque es para estarlo. Pero de todo eso no se puede hablar en un solo aliento; son todos casos muy diferentes.

-Vayamos a Zimbabwe. ¿Cómo les ha ido, desde la liberación?

-Pues les ha ido muy mal, como sabe. En estos momentos, la gente se muere de hambre, y Zimbabwe era un país que daba de comer a toda la zona, había cultivos de todo tipo... Ahora mismo tengo una amiga que me llama y me dice: "Llevamos una semana sin agua, cuatro días sin electricidad, hay falta de comida en las tiendas, no hay pan, no hay papas". Esta gente está pasando hambre. Puedo contarle una pequeña historia que podría ilustrar lo que ocurre. La gente está escapando a Sudáfrica, y cuando llegan a la frontera los atrapan y los deportan. Los sudafricanos los están esperando y los que huyen de Zimbabwe les dicen: "Por favor, antes de devolvernos a nuestro país dennos algo de pan". Un detalle horroroso, ¿verdad? Y hay otra historia: los soldados de Mugabe se están escapando porque no les pagan. Miles de esos soldados bajan hacia Sudáfrica y la tragedia es que allí los esperan reclutadores que los llevan a sus propias guerras. Y puede que de pronto se encuentren en Afganistán, o en Irak, o donde sea... ¡Esta pobre gente de Zimbabwe, qué tragedia!

-Eso que cuenta recuerda la emigración africana a Europa y cómo los deportan desde aquí.

-Es una tragedia de nuestro tiempo, sí. La gente escapa de África por una pobreza generalizada, por una vida muy dura; pero la de Zimbabwe es una crisis creada por un solo hombre.

-Robert Mugabe.

-Sí. Es un hombre muy malo. Un asesino. En fin, podría seguir, pero lo que quiero decir ahora es esto: esa gente que se va de Zimbabwe busca pan, no tiene trabajo. Sus perspectivas son nulas.

-¿Usted esperaba que Robert Mugabe fuera así?

-No. Nadie lo esperaba. Cuando llegó al poder, al principio, la gente decía de él que era un hombre inteligente, tenía buenos asesores. Pero enseguida se produjo una matanza, con él en el poder. Y luego se asoció con los peores dictadores del mundo, como el de Birmania, porque le gustan mucho los dictadores.

-Es como una maldición sobre África. ¿Ve usted, como creadora de símbolos, alguna metáfora en ese desastre continuo?

-Hay muchos países distintos en África, no se puede tomar el continente como si fuera una unidad. Pero sí, es cierto, lo que se vive en África es desalentador.

-Volvamos a Irán, donde usted nació.

-¡No, por favor! Odio Irán, odio al gobierno iraní, es un gobierno malvado y cruel. Fíjese en lo que le pasó al presidente de Irán en Nueva York, lo llamaron malvado y cruel en la Universidad de Columbia. ¡Maravilloso! ¡Más tendrían que haberle dicho! Nadie lo critica, por el petróleo; por eso nuestro encantador gobierno británico le dora la píldora al de Irán: por el petróleo.

-Como Putin.

-Por lo mismo, porque quiere quedarse con el petróleo. ¡Y usted espera que los gobiernos sean morales! No lo son, ninguno de ellos lo es. Son bochornosos, nos avergüenzan.

-¿Irá Estados Unidos a la guerra contra Irán por el tema de la energía nuclear?

-No soy profeta. Si yo estuviera en Irán, pensaría: ¿por qué no vamos a usar energía nuclear con propósitos pacíficos? Ni por un momento pienso que esos propósitos sean pacíficos, pero eso no lo podemos probar. Estamos en un maldito embrollo. Y Medio Oriente es un desastre, todos lo sabemos, y no sé quién puede solucionarlo.

-Afganistán. Usted fue, denunció lo que pasaba allí. ¿Lo ve como una consecuencia de los atentados del 11 de septiembre?

-Lo veo como una consecuencia de la invasión rusa de Afganistán. El 11 de septiembre no puede ser tan importante como aquello. Lo que vi en Agfanistán fueron las consecuencias de la invasión soviética, que resultó un desastre. Pude hablar y ver tanto a mujeres como a soldados. La mayor parte de los periodistas no vieron nunca a las mujeres, así que puedo decirle que la invasión soviética de Afganistán fue uno de los grandes crímenes de nuestro tiempo. Y quizá habría que recordarlo: Gran Bretaña fue derrotada tres veces por los afganos en el siglo XIX. La gente no tiene por qué saberlo pero nosotros debemos recordarlo. ¿Qué estamos haciendo ahí? Nos han derrotado tres veces. Volvemos a Afganistán. Es una locura. Somos una gente loca.

-Usted estuvo con las mujeres...

-Las condiciones de las mujeres eran horribles. Los guerrilleros estaban agotados, no llevaban zapatos, luchaban en la nieve. Fue una guerra terrible, terrible. Y los rusos, ¿sabe?, no son muy buenos. No sé cómo serían en la II Guerra Mundial, pero sé que en Afganistán fueron terribles. Los oficiales trataban tan mal a los soldados que estos bebían líquido de frenos en lugar de alcohol y vendían sus propias armas para conseguir drogas. No sé cómo serán ahora los soldados rusos, pero fueron muy, muy malos en Afganistán.

-El 11 de septiembre, el 11 de marzo, los atentados de Londres, los españoles seguimos sufriendo a ETA. Usted ha escrito mucho sobre terrorismo.

-Y aquí tuvimos el IRA. ¿Sabe lo que la gente olvida? Que el IRA atentó con bombas contra nuestro gobierno; que mató a varias personas mientras se celebraba una convención conservadora en la que estaba la primera ministra Margaret Thatcher. La gente se olvida. El 11 de septiembre fue tremendo, pero si se repasa la historia del IRA, lo de los norteamericanos no resulta tan terrible. Cualquier norteamericano pensará que estoy loca. Murieron muchas personas, cayeron dos edificios prestigiosos, pero no fue tan terrible ni tan extraordinario como ellos creen; son gente muy ingenua o fingen serlo.

-En la respuesta norteamericana hubo una foto famosa: Bush, Aznar, Blair...

-Siempre odié a Tony Blair, desde el principio. Muchos de nosotros odiábamos a Tony Blair, creo que ha sido un desastre para Gran Bretaña y lo hemos padecido muchos años. Lo dije desde que fue elegido: este es un pequeño showman que nos va a meter en problemas, y nos metió. En cuanto a Bush, es una calamidad mundial, todo el mundo está harto de este hombre. O bien es un estúpido, o bien es muy listo. Hay que pensar que es miembro de una clase social que se beneficia mucho con las guerras, nos olvidamos de que una guerra beneficia a muchas personas. ¿Sabe? Acabo de terminar un libro sobre la guerra. No pretendía que lo fuera, pero es un libro contra las guerras. Me asombra cómo olvidamos la influencia enorme que las guerras tienen; están ahí siempre, como su memoria... Los españoles deberían saberlo. Su guerra civil fue tan terrible. En la Primera Guerra Mundial, Europa decidió dispararse a sí misma. La Segunda Guerra Mundial fue otra historia. ¡Y estas son nuestras guerras! Somos mucho más brutales, más crueles. Nos gusta olvidarlo, pero no se puede olvidar. He estado leyendo novelas recientes de escritores españoles sobre la Guerra Civil. Para la gente de mi generación, la Guerra Civil española fue tan importante. Fue tan desgarradora, tan difícil, tan imposible de entender el comportamiento de nuestros gobiernos... Quizá ustedes lo hayan olvidado, pero Gran Bretaña y Francia tuvieron un comportamiento deplorable, permitieron que Hitler y Mussolini ayudaran a Franco porque en España había un gobierno de izquierdas. Yo me encontraba con gente que lloraba de rabia y de vergüenza por nuestros gobiernos.

-En España hay un proceso para crear una ley que repare el daño moral de aquella guerra. Y la derecha no la quiere apoyar.

-Lo sé, tengo muchos amigos españoles. Y hubo una derecha extrema en España a la que el Rey puso fin mientras todo el mundo aplaudía. Fue maravilloso, ¿sabe? Conocí al Príncipe y a su madre, que está muy orgullosa de él, cuando recibí el premio que lleva su nombre, en Oviedo.

-¿Y cómo sale uno de la guerra?

-Yo estaba casada con un refugiado alemán y experimenté la guerra a través de él. Los alemanes que estaban en contra de Hitler se veían en la terrible situación de tener que aplaudir la destrucción de Alemania. Emocionalmente eso era muy difícil para ellos. Así que experimenté la guerra de esa forma contradictoria. La gente no dejaba de hablar de la guerra. O acababan de volver del frente, o habían sufrido los bombardeos, y eso duró hasta finales de los años cincuenta: la guerra, siempre la guerra, una conversación interminable. La guerra y la memoria no acaban nunca.

-¿Nos puede contar algo de su libro sobre la guerra?

-Sobre mis padres y la guerra. Mis padres sufrieron mucho con la Primera Guerra Mundial, salieron muy dañados. Así que les he dado vida, como si la Guerra Mundial no hubiera ocurrido. Vidas decentes, corrientes, poco excitantes. Esa es la primera mitad del libro. La segunda parte es lo que verdaderamente ocurrió, y debo decir que algunas partes son bastante trágicas, horrendas. ¡Porque fue trágico y horrendo! Esa gente era perfectamente normal, corriente, y fueron destrozados por la guerra. Yo esto lo sentía incluso cuando era una niña. Ha sido doloroso de escribir, pero fue muy agradable dar a mis padres vidas de paz. Mi padre siempre quiso ser un granjero inglés, así que lo convertí en granjero inglés. Y a mi madre le he dado todo tipo de cosas interesantes que hacer, porque era una mujer sumamente lista.

-¿Cómo se siente por dentro, escribiendo de la guerra?

-Estoy enojada. Tengo la edad que tengo y sigo enojada. No se me va, no se me va, siempre está ahí.

-¿La literatura no lo cura?

-No se ha ido. No sé por qué. Siento, como sentía mi padre, ira, ira de que esto haya sucedido. La Segunda Guerra Mundial había que lucharla, pero la Primera Guerra fue tan innecesaria...

-Cuando usted era una niña comía naranjas mientras leía. Y soñaba.

-Sigo soñando, pero ya no como naranjas. Soy demasiado vieja para comer naranjas. Eso es hacerse vieja: no como de esto, no como de lo otro... Pero sigo leyendo mucho y soñando.

-¿Y recuerda los sueños?

-Claro. Y entre escritores es lógico que los use.

-Ahora tiene mucho que celebrar. ¿Qué es lo que más le gusta hacer en estas semanas?

-Yo tengo una situación en mi vida de la que no hablo. Tengo un hijo inválido, al que debo cuidar. Así que mi vida no es en absoluto lo que yo esperaba. Y no puedo hablar de ello. Ya no es mi vida, ya no vivo mi vida.

-¿Qué va a hacer en su cumpleaños?

-Nada. Me ocuparé de eso cuando cumpla los 90. ¡Oh, Dios, otra vez el teléfono!

Por Juan Cruz

No hay comentarios:

Publicar un comentario