Crónica de Jorge Enríquez
Penalizaron al campo por ser eficiente, producir mucho y, para colmo, querer ganar dinero. La consecuencia ya se ve en el mercado de las carnes. En un par de años empezaremos a importar carnes del Uruguay y otros países. Sí, leyó bien: la Argentina, el país de la carne, tendrá que importarla.
El populismo mira sólo el día siguiente. Quiere mantener bajos precios, para que aún los ricos puedan comer un lomo a valores insignificantes. Mientras los países exitosos del mundo incentivan la exportación, nosotros la tratamos como si fuera un delito.
Se intenta justificar estos abusos con la idea de mantener el precio bajo para el consumo local. Pero ya se les cayó la careta: al subir las retenciones de la soja, que se exporta íntegramente porque no se consume en nuestro país, han revelado la finalidad sólo fiscalista de la medida.
Un fiscalismo, además, perverso, porque esos recursos no son coparticipables, es decir, engrosan la caja central del matrimonio gobernante, esa que les sirve para salir de compras y adquirir gobernadores, intendentes, etc.
Contra lo que repiten en estos días los voceros del oficialismo, el campo nada le debe a este gobierno.
En efecto:
1) La devaluación fue dispuesta por Duhalde, contra la opinión de Kirchner, que aún a principios de 2002 sostenía que había que mantener el 1 a 1.
2) Los precios de las materias primas subieron espectacularmente en los últimos años. Esos precios se determinan por condiciones de oferta y demanda en el mundo. Los Kirchner en nada inciden en ellos;
3) A su vez, esos precios a una tasa de cambio conveniente pudieron ser aprovechados por la modernización y tecnificación del campo en los años anteriores.
¿Y qué han hecho ahora, cuando los cortes no son hechos por sus aliados? Lo peor que podía imaginarse.
Lo mandaron al Ministro de Piquetes, Hugo Moyano, a disolver aquellos que no les gustan. Es decir, transformaron a un sindicato en un grupo parapolicial.
Si todavía no pasó nada grave es por la prudencia de los productores rurales.
La sorprendente movilización de los porteños y de los habitantes de otros grandes centros urbanos en solidaridad con los argentinos que trabajan en el campo resultó conmovedora. No se reclamaba por un interés propio, sino contra el autoritarismo, la soberbia, la prepotencia, el matonismo. En definitiva, se pedía ni más ni menos que la vigencia del estado de derecho.
El hastío de vastos sectores sociales es ya evidente. Falta aún canalizarlo de manera constructiva, para que nuestros hijos adviertan que hay un camino distinto que el patoterismo y la corrupción.
Jorge R. Enríquez
jrenriquez2000@yahoo.com.ar
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