viernes, 3 de octubre de 2008

El gas (tóxico) de Gramsci

viernes 3 de octubre de 2008
El gas de Gramsci
Carlos Mira



Las ideas gramscianas parecen haberse hecho carne en el pensamiento de los políticos e intelectuales argentinos... aunque no sólo en los de la izquierda.

Antonio Gramsci, el marxista italiano de principios del siglo pasado, era, en el fondo un pacifista. Estaba convencido de que el método de la violencia para imponer la dictadura comunista era propio de los bestias y, además, ineficiente. Propuso entonces otra táctica: el copamiento lento, gradual e incesante de los medios y de la intelectualidad.

A través de lo que él llamaba
"intelectuales orgánicos" proponía un sistema de "gota china" que perforara el cerebro de las personas, imperceptible pero definitivamente, por medio del cual se cambiaran los patrones culturales medios de la sociedad.





Una vez internalizados los nuevos (obviamente marxistas), la violencia no sería necesaria... Todos seríamos algo así como unos zombis a disposición de la Revolución y siempre preparados para repetir el mantra sagrado.

Si hay un país en donde Gramsci ha triunfado, ese país es la Argentina.

La noticia de la semana pasada acerca de que el gobierno de la Ciudad va a disponer de un presupuesto de $ 70 millones para hacerse cargo de los aportes jubilatorios, la ropa, la logística, la obra social y el transporte de los cartoneros de la ciudad, lo confirma plenamente.

Téngase presente que estamos hablando de Macri, no de Ibarra, de Kravetz o de Telerman...no, no, no...

Estamos hablando de Macri, es decir, del supuesto Jefe de Gobierno que cree en la creatividad del individuo, en el espíritu de progreso de cada ser humano, en la idea de que el resultado de tu vida algo que ver tiene con lo que haces y con cómo lo haces y de que lo que importa en la vida no es el origen sino la actitud. Muy bien, el gobierno de esta persona, que supuestamente cree en estos valores, no tiene mejor idea que oficializar la miseria destinando $ 70 millones de pesos de la sociedad para mantener a gente que revuelve la basura en las noches de Buenos Aires con hijos y mujeres a cuestas en la tarea de empujar carros de supermercados por las calles.

Porque aquí la pregunta que hay que hacer es ¿este plan saca a la gente de las calles?, ¿le devuelve la dignidad de saber un oficio, de saber hacer algo con lo que progresar?.

Respuesta: no; van a seguir revolviendo basura.

Entonces, ¿por qué no destinar esos $ 70 millones a instruir a esa gente en algún oficio que les permita independizarse de la limosna del Estado, pensar un perfil de vida propio y luego perseguirlo y tratar de alcanzarlo con el esfuerzo de su trabajo?

Si la decisión de disponer de esos fondos ya esta tomada, ¿por qué no aprovechar e intentar, aunque sea UNA VEZ, que esta gente salga de las calles? ¿En que país progresista la gente anda revolviendo basura en busca de cartones?
Esta es la fotografía de la miseria y de la pobreza de la Argentina. ¡Por favor no la oficialicemos!

Pero, volviendo a Gramsci, el tema es que ésta, como todas, es una cuestión filosófica. Y las cuestiones filosóficas uno las resuelve de modo inconciente de acuerdo a valores que da por descontados. Esos valores que sirven para definir alternativas, en los cuales ni siquiera pensamos concientemente porque los tenemos internalizados, eso, es la "cultura".

Y la "gota china" gramsciana ha formado una cultura en la Argentina según la cual el diseño del plan de vida individual decidido por la soberanía personal y perseguido por medios lícitos con el trabajo de cada uno es una herejía. En la Argentina las personas no son individuos, distintos, diferentes. Son una masa amorfa que, como engranajes, forman parte de la maquinaria del Estado, que es el que define, el que alimenta, el que cura, el que protege y el que entierra.

Esta es la filosofía del fascismo que ha destruido el país y que incluso ha copado el cerebro de aquellos cuyos orígenes constituyen la negación misma de ese perfil, como en el caso de Mauricio Macri. Es una nube de gas permanente que contamina el aire que respira hasta el último de los seres vivos en la Argentina.



Es una verdadera pena que la esperanza de una idea social distinta que podría pensarse a partir de Macri haya terminado en más de lo mismo: en disponer de un Estado que con recursos que le saca a la sociedad productiva decide la vida de un conjunto de personas cuya fortuna les impidió decidir su futuro por sí mismas. Era una enorme oportunidad para demostrar en los hechos las diferencias entre una y otra manera de ver el mundo. Pero acabamos de desperdiciarla.

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